20 marzo 2013

Impresiónalos y serán tuyos

El ruido mueve al mundo.
No me refiero a ese ruido que apabulla nuestros pabellones auditivos un día sí y otro también y que en realidad solo es un elemento más del ruido genérico e insidioso en el que transcurren nuestras vidas.
Hablo del ruido como espectáculo, como escenografía. El ruido de las apariencias, de las imágenes. El ruido que mistifica, aturde, asombra y somete.
El ruido que los grandes gallitos de la historia han usado a destajo para afianzarse en el palo del gallinero y cacarear a sus amedrantadas gallinas.
El ruido que explica las pirámides de Egipto, los zigurats mesopotámicos, los templos griegos o los arcos de triunfo romanos.
El ruido que hacía aún más  serviles a aquellos pobres campesinos medievales que cuando salían de sus misérrimas chozas se abrumaban ante el espectáculo del poder. El poder convertido en arte y piedra: castillos e iglesias, palacios y catedrales. El poder que ha estado siempre asociado al espectáculo, al ruido. 
Y la religión lo ha entendido como nadie. La religión que es en sí misma pura espiritualidad ruidosa.
¿Cómo no sentirse impactado por esa río rojo de cardenales entrando en ese arca fabulosa y sin igual, llamada Capilla Sixtina, para elegir un nuevo Papa?
¿Cómo no abrumarse ante esos miles y miles de musulmanes dando vueltas y vueltas alrededor de la kaaba?
¿Cómo no extasiarse ante la serena majestuosidad de los templos budistas?
El cine, el teatro, el circo, los Juegos Olímpicos, los desfiles militares o patrióticos etc..Todos los que han intentado magnetizado la mente humana con objeto de encauzarla hacia una emoción común y han intentado proyectar el sentimiento individual en pos de una emotividad colectiva se han inspirado en ese prodigioso invento llamado religión. 
¿Alguien piensa que el cristianismo se difundió gracias a las enseñanzas de aquel hijo de carpintero nacido en Galilea? Suena bonito pero no es cierto.
En realidad si triunfó fue por una pura cuestión de marketing. Si llegó hasta nosotros fue gracias a un mago de las relaciones públicas que antepuso el ruido a las nueces.
Saulo de Tarso más conocido como Pablo, fue el Steve Jobs, el Bill Gates, el Amancio Ortega de aquella religión triunfante. El que convirtió aquellas mesiánicas ideas hijas del desierto, en un producto universalmente aceptable para la cultura grecorromana en boga.
Pablo es el creador del gran ruido cristiano. El mentor de la pompa y el boato. El auténtico padre del cristianismo. 
¿Qué hubiera sido de la iglesia, en sus diferentes variantes y cismas, si hubiera seguido las enseñanzas de Jesús en vez del manual de instrucciones del hombre de Tarso
La respuesta es simple: habría fracasado silenciosamente. 
Nunca hubo lugar para una iglesia de los pobres, de los humillados de la tierra, de los ofendidos. Nunca hubo lugar para una espiritualidad íntima y personal sin desafiar los límites de la religión.
Las nueces de la espiritualidad individual nunca han podido acallar el ruido religioso y menos cuando ese ruido se ha ido convertido en un verdadero estruendo ceremonioso y arcaico. 
Pero es bello y nos impresiona. 
Es lo que se pretende y quizás también lo que se merece nuestra sumisa condición humana.

08 marzo 2013

Quítate, Dios, que llega el Comandante

Podéis llamarme gusano imperialista vendepatrias. Podéis acusarme de ignorante, de vendido al F.M.I., de mercenario al servicio del oro yanqui.  Podéis considerarme un repugnante personaje de esta Europa decadente y corrupta incapaz de comprender las infinitas bondades de los regímenes políticos revolucionarios que están triunfando en los países periféricos. Podéis llamarme lo que os plazca, pero ignoraba que detrás del Comandante Hugo Chávez se escondía el paradigma del  hombre perfecto, del mesías que podría hacer de nuestra vida un paraíso tangible y cercano.  
No, no lo sabía. Por ello comprendo que los patriarcas de la vieja izquierda y sus sabios discípulos desplieguen ante nosotros el viejo catecismo revolucionario, algo polvoriento, y nos acusen a los dubitativos y escépticos de  ser una pandilla de cegatos malintencionados a sueldo de la Troika, la Trilateral o alguna otra horripilante organización secreta internacional.   
Un nuevo santo en la Basílica de los Redentores Inmaculados y yo con estos pelos. Al parecer Chávez merece un rincón privilegiado en tan sagrado lugar y  todos los hombres de bien, todos los que creen en esas verdades que se escriben con mayúsculas, debemos pasar por delante del altar y prender una vela para que nos ilumine el camino.
Es que estamos ciegos. 
Estamos perdidamente ciegos. Somos uno seres desvalidos y dependientes que no sabemos razonar y entender el mundo por nosotros mismos. Necesitamos lazarillos que nos conduzcan a los territorios soñados y nos cambien los pañales cuando nos hagamos nuestras necesidades encima. 
Siempre ha sido así. Primero se trataba de un montón de  dioses. Luego los juntamos para fabricar un Dios único. Finalmente la ciencia no tuvo compasión y lo hizo añicos.  
Menos mal que aún nos quedan los superhombres. 
Si, a veces el modelo pueda ser un individuo con afán de protagonismo que se envuelve en la bandera de su país y se dedica a  lanzar barriles de petroleo y consignas a diestro y siniestro. 
Por lo menos era antimperialista.
Claro y ya se sabe que el antimperialismo lo justifica todo. Incluso que te juntes con otros sanos antimperialistas como el presidente de Irán o de Corea del Norte. 
Por la libertad cualquier cosa. 
Incluso amedrentando a los que cometen la insensatez de discrepar contigo, cerrando medios o manipulando las leyes para que la Constitución te favorezca, hasta conseguir  que todos los que ocupen puesto de poder sean del propio bando.  
La Revolución lo exige.
Incluso aunque conviertas el país en el de mayor corrupción de América Latina y hagas que muchos ciudadanos asustados tengan que salir con los puesto para buscar nuevos futuros. Sin duda, tipos indeseables de la burguesía opresora, la no adicta, que están contra los intereses del pueblo.
Porque el pueblo está por encima de todo.
Y el Guía  sabe lo que necesita y puede hablar en su nombre.  Los héroes están para ello. 
Murió el hombre, lo siento. 
Sobrevive el mito, me es indiferente, tenemos el santoral abarrotado.