31 julio 2012

Matando reyes

¡La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora sobre la escena y después no se le oye más; un cuento narrado por un idiota con gran aparato, y que nada significa!  
Macbeth de William Shakespeare. Acto V 
(Traducción de Luis Astrana Marín - 1920)

20 julio 2012

El último recorte del Ministro


  • ¿Cómo quiere el corte, señor Ministro?
  • A navaja, como siempre. Quíteme sobre todo los pelos de la nuca, se hacen especialmente molestos con estos rigores del verano.
  • ¿Quiere que le retoque la zona de la frente? Veo que tiene algún vello suelto a la altura de las cejas, justo por encima de las gafas.
  • ¿No me diga? pues yo pensaba que no tenía ni un pelo en esa zona. Hay que reconocerlo, mi calvicie es irreversible.
  • ¿Irreversible? ¿Cómo la economía española, quizás?
  • No, amigo peluquero, no piense así. Comprendo que esté preocupado por las nuevas medidas del gobierno, pero a la larga ya verá como salimos del aprieto.
  • ¿Saldremos del aprieto subiéndonos el IVA desde un 8 a 21 por ciento? ¿Somos nosotros los culpables de la crisis? ¿Lo son las floristas, los ópticos, las salas de cine, las funerarias?
  • Sí, la verdad es que es terrible llegar a esta situación pero ustedes tienen una clientela fija. Nadie dejará de cortarse el pelo, mandar a sus muertos a pompas fúnebres o comprarles luego unas flores para amenizar sus tumbas por muy mal que esté la cosa. Es duro aplicar una cirugía tan severa pero no teníamos otra posibilidad si queríamos evitar que el resto del cuerpo social se gangrenase. Usted, por ejemplo, que es un modesto empresario no se quejará de que le hayamos metido mano a los funcionarios. Reconocerá conmigo que es un colectivo desmesurado, tanto por su tamaño como por sus privilegios. Un escarnio para el resto de la población activa.
  • ¡No me venga con esas, Señor Ministro! Fueron ustedes, los políticos, los que hicieron crecer ese colectivo. Ustedes se han servido de él y ahora ustedes son los que quieren darles el tajazo.
  • Hablando de tajazos, tenga más cuidado, buen hombre. Casi me hace un corte en la cabeza.
  • Señor Ministro, mi negocio es rentable gracias a que muchos de mis clientes son funcionarios. Entre lo del IVA y lo que quieren hacer con sus pagas esta peluquería se va a ir a la puta mierda.
  • Le ruego que tanga más cuidado o tendré que irme ipso facto. Ahora si que me ha cortado.
  • No se preocupe que le pongo un algodón hasta que se le cierre esa herida. Ojalá se cerrasen de la misma manera las que ustedes con su irresponsabilidad están abriendo.
  • Como siga así, me voy a levantar.
  • De aquí no se mueve hasta que le suelte todo lo que le tenga que soltar y olvídese de los escoltas, me temo que tras el zarpazo que les ha metido a sus sueldos se han vuelto demasiado indolentes. Ahora prefieren llorar sus penas salariales tomándose un carajillo en el bar de la esquina.
  • Ésto es intolerable, está usted amenazando a un ministro.
  • Ustedes no están amenazando a nosotros todos los días. ¿De que se queja? 
  • ¡Suélteme el hombro, tengo inmunidad parlamentaria!
  • No para hacer lo que le de la real gana.
  • Déjeme.
  • No se levante. ¡Le digo que no se levante!
Chissstttt
  • Vaya, se me fue la navaja. La he hecho buena. ¿Qué hago ahora? En fin, el último recorte le ha tocado a él mismo. Mala suerte. Nunca pensé que los ministros fuera tan blandos. Ahora me explico lo de la prima de riesgo y lo de la  fragilidad de nuestra economía.

04 julio 2012

La felicidad por un kilo de fruta

Rebosante de contento abrió aquella mañana su puesto de frutas en la esquina exterior de la plaza de abastos. Albaricoques, melocotones, tomates, kiwis, naranjas, toda clase de verduras y la caja con las cerezas picotas, reinas de la temporada. 
Pero hoy había algo más. Una oferta especial que lo convertiría en rico y famoso. Y eso que se había comprometido a regalarlo gratis por cada compra. 
Se le acercó un cura atildado y circunspecto.
  • Sepa, reverendo, que con cada compra de fruta que supere el kilo recibirá gratuitamente algunos gramos del contenido de este estuche.
  • ¿De que se trata, hijo mío?
  • Pizcas de felicidad recogidas grano a grano en los lugares más jubilosos del mundo.
  • ¿Pero usted por quién me toma, frutero?  ¿Se cree que soy un miserable drogadicto? Ha tenido suerte con encontrarse conmigo, si no llamo a los guardias es porque lo conozco desde antiguo y no le deseo ningún mal.  Abandone ese nauseabundo narcotráfico y póngase en paz con Dios.
  • Pero, padre, no es droga, es felicidad en estado puro. De verdad. Tal como se lo digo. Extraida de...
  • Deje de decir insensateces, frutero. La única felicidad que importa la alcanzaremos cuando lleguemos a la vida eterna y para ello debemos seguir fielmente los mandatos de Dios Nuestro Señor.
  • Señora, usted parece más razonable que el señor cura ¿no le interesa esta oferta exclusiva?
  •  Quite, quite, no me venga con esas cosas. Soy una dama y las de mi clase tenemos la suficiente categoría como para comprar productos exclusivos. ¿Se cree que voy a aceptar algo gratis y al alcance de cualquiera? A saber cuanta gente ha manoseado ya ese producto. Entérese, frutero, yo no soy de la chusma.
  • Pues el otro día cuando me pidió fiado.
  • Olvídeme, frutero. ¿quien se ha creído que soy, una pelandusca?
  • Usted amigo, parece un joven moderno ¿ne le interesa nuestro producto estrella de hoy? Es gratis y puede ser suyo por la compra de un kilo de fruta.
  • ¿La fruta es de aquí, no? 
  • Sí, claro.
  • ¿Y en cambio esa felicidad viene de fuera? 
  • Pues sí, de muchos sitios.
  • No es nuestra, entonces. ¿Así contribuye usted a la economía productiva de nuestro país? ¿Fomentando productos extranjeros? No me extrañaría nada que incluso hubiera sido cultivada en tierras de la potencia opresora que tiene sometido a nuestro pueblo. ¿Es  acaso usted un cipayo, un cómplice del enemigo, frutero?
  • Señor profesor, como me gusta verlo por aquí. Todos saben que es un hombre sabio pero que no rehuye el sentido común. Una persona respetada y respetable.  Abierto a cualquier novedad sin por ello desdeñar las lecciones del pasado. ¿Qué le parece mi oferta del día?  Unos gramitos de felicidad por una compra de nada.
  • Pues me parece una mierda, si quiera que le diga ¿Cómo puede tener las narices de ofrecerme tal cosa con lo que está cayendo? ¿No se da cuenta, frutero,  que esa felicidad que regala está manipulada por aquellos que quieren  mantenernos como títeres sumisos de sus repugnantes intereses? Es una felicidad engañosa, una felicidad adulterada para mantenernos calmados y que no les demos guerra. Ellos piensan que si somos felices dejaremos de denunciar sus delitos. Pero no lo podemos permitir. ¡Tire inmediatamente ese estuche! ¡Tírelo si no quiere ser como ellos! 
  • Solo es un poco de felicidad para compartir, no creo que que le haga daño a nadie.
  • ¡Tírela!
  • Ya está. Vaya día. Mañana, mejor, regalo melones.