27 mayo 2010

La duda final


Tenía que hacerlo. Debía esconder mi última duda y ponerla a salvo de la codicia de los depredadores de la Verdad Absoluta. Su llegada al poder los había dividido en dos bandos supuestamente enfrentados; pero ambos grupos -tanto Verídicos como Auténticos-  se pusieron de acuerdo para alcanzar la unanimidad  erradicando lo que eufemísticamente denominaban “cuestionamientos peligrosos”.
La orden gubernamental era taxativa: en el plazo de un mes los ciudadanos tendrían que desprenderse de sus dudas perniciosas.  Los contenedores de color rosa dispuestos en la vía pública por los Comités Locales de Dudas e Interrogantes no Resueltos (COLODIN) serían el lugar de recepción. El Cuerpo Oficial de Calibradores de Dudas (COCADA) solventaría las dudas de los ciudadanos sobre la peligrosidad de las que tuviesen, descartando aquellas que se podían considerar sentimentales, livianas o pasajeras.
Nadie pensó que algo tan nimio causaría tanto dolor. La población despidió sus dudas como si se fueran a la guerra. Estallaba el llanto en los ojos de los más ariscos y la desolación cundía por doquier.
Yo también me fui desprendiendo de las mías, pero cuando llegue a la última, titubeé. Por entonces empezaba a correr el rumor de que enormes camiones nocturnos transportaban nuestras dudas a siniestros campos de exterminio.
Me dio pena aquella última duda. Me había sido fiel durante muchos años y seguía tan fresca y lozana como el primer día.
Ahora sigue conmigo. Tierna, íntima y clandestina.
La alimento de lo que puedo y sé que le entregaría mi sangre si me lo pidiese.

No puedo dejar que desfallezca. Es cuestión de vida o muerte.
Mientras ella viva, viviré yo.

20 mayo 2010

¿No es mi nene una joya?

No papi, tu hijo no es una joya y si la gente le sonríe mientras salvajemente corretea con su cochecito de juguete por los pasillos del hipermercado es por pura educación. Por pura bondad.
No deberías fiarte tanto de la tolerancia ajena. Uno nunca puede saber lo que hay detrás de un gesto de tolerancia.
Fíjate por ejemplo en esa anciana. Es cierto que le ha quitado importancia al hecho de que tu niño la haya arrollado estampándola contra los botes de guisantes de la estantería. No te confundas, es pura educación. Está dolida. Considera que tu niño está muy malcriado. No deja de ser una mujer mayor sobreviviendo en un mundo que no entiende. Ella fue educada en una estructura social en que los niños todavía no eran dioses impunes. Un mundo sumamente autoritario pero coherente. Los padres hacían de padres y los hijos de hijos, no este revoltijo de hoy en día.
No pongas esa cara, tú también viviste aquellos tiempos. ¿Te imaginas a tus padres corriendo detrás tuya mientras conviertes el super en un Scalextric enloquecido? No te atreverías. Ellos por entonces eran de la vieja teoría de los cachetes oportunos. Y la practicaban. Ahora son unos abuelitos consentidores y blandengues que no se atreven a decirte que no cuando les dejas tus cachorros como regalo no deseado. Una cadena que les impide vivir su propia vida, a salvo de hijos y nietos.
Todo padre tiene derecho a vivir a salvo de sus hijos. Algo que empiezas a percibir pero aún no te atreves a confesar. Todavía necesitas presumir de tu paternidad. Te gusta pensar que el exceso de movilidad de tu vástago no siendo genética -nada de un trastorno de hiperactividad, por favor- tendrá que ser producto de otra cosa. Quizás es que ya empieza a convertirse en un machote robusto e independiente. Con seguridad un niño así anuncia un adulto con mucha personalidad, con mucho poderío.
Mejor pensar de esa manera y no cómo lo hace esa imbécil de la anciana. ¿Será falsa la tía? Seguramente pasará las horas haciendo calceta delante de su mesa camilla acompañada de su viejo televisor, siempre encendido.
¿Para qué quiere distraerse una vieja amargada y solitaria que espera su final? ¿Para quién calceta?
Claro, cuando se está solo y resignado a la muerte, los niños pueden ser una tortura. Una llamada a la vida cuando todo te induce a su reverso.
¡Que se joda! Ya le ha pasado su tiempo. Debe dejar paso.
¡Y no ser tan hipócrita!

13 mayo 2010

Viviendo de rodillas

¿O sea que te han dicho que vivir de rodillas está mal?
¡Qué sabrán ellos! ¿Acaso nos quejamos?
Sí, ya sé que nos obligaron a estar así para dar confianza a los mercados, pero ya puestos en situación la cosa tiene sus ventajas. Incluso hay más igualdad, ya que en esa posición las diferencias de altura son menores.
No poder conducir nos fastidia un poco, pero a cambio tenemos menos contaminación ambiental. Además los transportes públicos apenas son necesarios; nos costaría un mundo llegar a ellos y la gente siempre prefiere quedarse en casa cuidando de la familia y de las plantas, que viene a ser lo mismo.
Hacemos muy poco deporte, debemos reconocerlo. Un poco de natación -hemos inventado un estilo nuevo pero implica cierto riesgo de ahogamiento-, alguna partida de ajedrez, las cartas, el parchís, el dominó. Sin embargo es un alivio habernos librado del forofismo que siendo la salsa de las viejas competiciones generaba muchas broncas entre la gente. De hecho, si hubiera conflictos importantes, la cosa se pondría complicada. Somos occidentales civilizados y hemos descartado el sistema de resolver nuestras disputas a garrotazos en plan Goya. Tampoco podemos correr para escapar, ni tomar carrerilla para acometer a nuestros rivales. Solo nos queda hablar y hablar y hablar hasta que alguien se queda roque, dormido sobre la alfombra. En nuestro mundo triunfa siempre el parlanchín, el que tiene más pico, pero eso también pasaba antes cuando vivíamos enhiestos.
¿Qué hacemos cuando alguien se sobrepasa? Muy fácil, le obligamos a estar a cuatro patas. ¿Crees que no es mucho castigo? Se ve que no sabes lo que jode esa pequeña diferencia cuando vives entre gente arrodillada pero que puede mover las manos.
Ahora con esta recobrada lentitud hemos vuelto a disfrutar de la naturaleza, de los paisajes y de eso que llaman los cursis “las pequeñas cosas”.
Somos más prósperos, tenemos más dinero y menos oportunidades para gastarlo.
Nos hemos librado de las grandes palabras, de los grandes conceptos y tenemos una única ilusión: volver a estar levantados algún día.
Si lo piensas bien nuestros benefactores internacionales fueron justos con nosotros: o nos arruinábamos de pié o manteníamos nuestro bienestar de rodillas. Al principio fue un poco bochornoso, pero ahora todo va sobre ruedas y si nos sabemos comportar han dicho que serán generosos.
Estamos aliviados, hemos conservado nuestro estatus y no somos demasiado infelices ¿de que nos podemos quejar?

08 mayo 2010

Amistades exquisitas

Vas al mercado, compras una merluza y le pides a la vendedora que te la limpie. De algún remoto rincón de su delantal blanco surge un enorme cuchillo que con inusitada pericia se hunde en el lomo del pescado. Una hendidura longitudinal e inapelable en la que ella puede introducir sus dedos gordos y sacarlos ensangrentados con las vísceras del pez. Ya limpio, la vendedora se dispone a cortarle la cabeza.
  • No, espere. Quiero verle los ojos antes de que lo decapite.
La mujer lleva treinta y cinco años limpiando pescado pero nunca ha oído nada semejante. 
  • Si quiere se lo dejo entero.
  • De acuerdo, me lo llevo así.
¿Cómo le vas a decir a la ya sorprendida vendedora que esa exquisito gadiforme se ha atrevido a lanzarte un guiño de complicidad justo en el momento de perder sus vísceras? 
Llegas a tu casa nervioso, entras en la cocina y despejas la mesa. 
A duras penas  logras desenvolver el paquete. 
En el armario coges un plato grande de loza y colocas la merluza encima. 
Te alejas de la mesa para tomar las debidas distancias. 
Respiras hondo y tiemblas, ya que la pregunta que vas a hacerle martillea en tu cabeza desde hace rato.
  • ¿Nos conocemos de algo? 

02 mayo 2010

Otro pincho de tortilla, Manolo (Odisea especial VIII)

(Los capítulos anteriores de Odisea especial los tienes aquí, de abajo a arriba, haciendo click)

Aquel tipo de bata y gafas culo de vaso me lo dijo sin pestañear. Con total impunidad. Sin darme tan siquiera la posibilidad de defenderme:
  • Mire Moaña, creo que es mejor decirle la verdad: este centro no está en condiciones de atenderle. Lleva 3 meses aquí y no hay síntomas de mejoría. 
  • ¿Pero no es éste el mejor centro de desintoxicación de todo el Sistema Solar?
  • Lo es sin duda, pero su caso desafía todos los tratamientos. Su mal está muy extendido, ninguna de nuestras terapias tradicionales daría resultados.
  • ¿Cual puede hacerlo entonces? 
  • Queda la opción de la cirugía. Podríamos hacerle una pequeña operación y...
  • No siga, no quiero que me lobotomicen y convertirme en un vegetal. Siempre es mejor pasar el resto de la vida como enamoradizo recalcitrante y pertinaz.
  • Lo lamento Comandante D'Ons. Lo único que puedo aconsejar es que lleve una vida sana y equilibrada. Que haga ejercicio, tanto físico como mental. Y que por encima de todo que no le dé tregua a su mente calenturienta.
Sí, fue entonces cuando decidir desertar de la armada espacial y convertirme en el aventurero facineroso que todos conocen. Pensé, en mi ingenuidad, que saltando de planeta en planeta, viajando de asteroide en asteroide y viviendo a salto de mata, podría escapar de las trampas del amor e impedir que se cumpla mi aciago destino.  
¡Manolo, un pincho de tortilla!
  • Ay Moaña, ser tan enamoradizo como tú debe de ser una carga pero también sé, pillín, que en algunas ocasiones lo has  pasado en grande.
  • Sí, Virtuditas, no lo puedo negar me he  divertido pero al final siempre ha llegado el remordimiento y nunca me he sentido orgulloso de recaer en mis adicciones. Ojalá pudiera ser como Manolo, un Buda peludo y grande para el cual el culmen de la felicidad es apoltronarse en la barra y leer las noticias en el e-diario. Mírale, en este momento se está limpiando sus poderosos molares con un palillo. Esperemos que no vuelva a clavar ese mismo estoque en ese pedazo de empanada grasiento que tiene en el expositor.
  • ¡Qué asco, Moaña! No digas esas cosas. Tú nunca podrías ser como ese individuo.
  • No lo desprecies, Virtudes. Ahí donde lo ves era un prestigiosisimo arqueológo especializado en artefactos del siglo XX. Fue entonces cuando halló en uno de sus yacimientos los restos de unos tugurios llamados tascas o tabernas donde la gente comía, bebía y charlaba por un módico precio.
  • No me suenan de nada.
  • Claro, esa mierda de la cocina postmoderna y la parafernalia de los restaurantes de diseño acabaron por cargarse las sanas costumbres antiguas. Manolo quiso revitalizarlas y enamorado de la idea decidió montar una tasca por aquí, en la cercanía de las lunas de  Saturno, lejos de la charlatanería fatua de los chefs terrícolas.
  • Manolo, ¿qué pasa con ese pincho? Por cierto, ahí viene tu marido.
  • Se jorobó el invento, vaya lata.
  • Compórtate, Virtuditas. Cambia, por favor, esa carita acaramelada con  la que me miras que no quiero que tengas un disgusto conyugal. 
  • No sé que pasa, amigos, cada vez que vuelvo del hiperespacio tengo unas ganas espantosas de ir al water ¿Me habéis pedido el pincho de tortilla? 
  • Sí pero no sé que le pasa a Manolo, debe de estar abducido por la molicie.
  • Por cierto, Moaña, ¿que vamos hacer ahora? 
  • Primero te comerás tu pincho de tortilla si es que deciden traértelo. Mientras tanto tu mujer y yo acabaremos la ración de pulpo que está exquisita. Luego los tres tomaremos un café con unas gotitas de aguardiente para darnos ánimos ante el peligroso viaje que nos espera. 
  • ¿Crees que llegaremos a Grelicia en ese montón de chatarra que le birlamos a los modernos?
  • Vaya pregunta le haces, Adrianciño. ¡Que repugnante eres a veces, la verdad!
  • Llegaremos, Adrián, ¿Cuando te he fallado? 
  • Ahora mismo, ¿dónde está mi pincho?
  • ¡Manolo, quieres traer ese jodido pincho de una maldita vez!